programa
Sinfonía de cámara Op. 110a
I. Largo
II. Allegro molto
III. Allegretto
IV. Largo
V. Largo
D. Shostakovich
Impromptu para orquesta de cuerdas
Sobre el Op. 5 nº 5 y nº 6
J. Sibelius
Serenata para cuerdas en Do M Op. 48
I. Andante non troppo-Allegro moderato
II. Walzer
III. Élégie
IV. Finale (Tema Russo)
P. I. Tchaikovsky
notas al programa
Este concierto está protagonizado por tres compositores que sabían mucho de las sombras. Los tres atravesaron, por diferentes causas y en diferentes momentos de su vida, momentos afectivamente muy oscuros, depresivos, de profundo abatimiento. Sin embargo, los tres supieron sacar de aquellas sombras una sublimación artística, extrayendo de ellas inspiración y fuerzas para la creación musical.
Este concierto comienza entrando en un túnel, el túnel simbólico que Dimitri Shostakovich atravesaba en torno al año 1960. Lo atravesaba personalmente, en un estado psicológico convulso y depresivo, y físicamente, aquejado de una crisis de salud debido a una enfermedad neurodegenerativa que llevó consigo los diecisiete últimos años de su vida.
En ese estado hizo un viaje a Dresde, en julio de aquel año 1960, relacionado con la composición de la banda sonora de una película, “Cinco días y cinco noches”. Shostakovich pudo entonces contemplar cómo estaba la ciudad, devastada por aquel terrible bombardeo que británicos y americanos ejecutaron sobre la ciudad, ya al final de la guerra. Aquella visión lo dejó consternado, y partiendo de ella compuso una obra mucho más trascendente que la banda sonora. Es la obra que hoy escucharemos en concierto: su Sinfonía de cámara en do menor, op 110a, que no es otra cosa que un arreglo para orquesta de cuerdas de su Cuarteto número ocho.
“A la memoria de las víctimas del fascismo” fue su dedicatoria. Se trata de una profunda reflexión sobre el sufrimiento y la violencia, estructurada en cinco movimientos y protagonizada por un motivo musical de cuatro notas (re-mi bemol-do-si). Ese es el sujeto trágico que atraviesa los cinco movimientos como un testigo del horror, sometido a los diversos estados afectivos y vivencias que se van dando a lo largo de la obra. Ese sujeto abre el primer movimiento, lento, enunciado en una fuga desoladora y arrastrada. Se presenta en el inicio por los violonchelos, y va pasando por los distintos instrumentos, llenando todas las voces, como un lamento lento y sin solución.
Pues bien, ese tema tiene un nombre: Dimitri Shostakovich. Es la manera en la que el compositor se retrata a sí mismo en sus obras. Si transcribimos cada nota del motivo protagonista en notación alemana, tenemos que re es D, que mi bemol es Es (pronunciando [/e//s/]), do es la letra C y si es la letra H. Juntas hacen DSCH: Dimitri Shostakovich.
Así que el compositor se autorretrata como testigo y agente de ese viaje por las sombras. Y se transforma. Del primer movimiento, aquella fuga lenta y sombría, a una repentina llegada al segundo, un Allegro molto en el que vamos a ver el motivo principal entonado con violencia y rotundidad. Del tercer movimiento, un vals grotesco y sarcástico, en el que pone al tema a bailar en una danza de la muerte, al cuarto en el que aparecerá entre violentos acordes (¿la caída de las bombas o los golpes con los que se anunciaba la llegada de la KGB en medio del terror stalinista?) así como citas provenientes de su ópera Lady Macbeth (primer choque frontal con el régimen) y de la canción “La muerte de los héroes”.
Y es que Shostakovich se retrata entre aquellas víctimas de la guerra y el fascismo, él, el hijo de la revolución, al que el régimen sometió a un confuso maltrato durante toda su vida.
Fue justo en 1960 cuando fue obligado a alistarse en el Partido Comunista, y a escribir en el Pravda artículos contra la “música burguesa”. Aquello supuso otro golpe más para su estado tan confundido, tan abatido. Y planeó entonces acabar con su vida, y escribió de este cuarteto “Cuando muera, es poco probable que nadie escriba un cuarteto dedicado a mi memoria, así que he decidido escribirlo yo mismo”.
Fue su cuarteto octavo el que compuso, y el que sonaría en su funeral en 1975, y el que hoy escuchamos convertido en Sinfonía de Cámara por el compositor Rudolf Barshai. El que nos habla de un túnel, aquel en el que se adentra el ser humano cuando llega la guerra, aquel en el que vivió Shostakovich, y cuya luz al final del mismo nunca llegaría a contemplar, al menos no en esta obra.
El último movimiento vuelve a las tinieblas del primero. Levanta con dificultad a ese sujeto trágico del suelo, para volver a arrastrarlo entre los distintos instrumentos, pero ya apenas se sostiene en pie. Acaba pereciendo, entre citas de Lady Macbeth, de la Décima sinfonía (compuesta el año de muerte de Stalin), y de la Quinta, aquella con la que pidió perdón al régimen, y silenció su voz, una de tantas veces.
Pero no tema el lector, que nosotros hoy sí salimos del túnel. Llegamos, tras las sombras, a la música de Jean Sibelius, a la frescura y la juventud de sus primeras obras. Este Impromptu para orquesta que escucharemos es un arreglo a partir de sus Impromptus para piano números 5 y 6, compuestos en 1893. En él la luz no llega de golpe, sino que se dan dos secciones contrastantes: la primera arranca en mi menor, todavía lenta, parece que nos sitúa aún en la oscuridad pero ya viendo cerca la salida. Y en su segunda sección aparece el vals, y la modulación a mi mayor, llegó la luz y la vida. Y aunque en su sección final, retornará el clima calmo de la sección inicial, ya no es lo mismo, ya nos sabemos fuera del túnel.
Sibeilus compondría esta obra en 1894, perteneciendo aún a su primer estilo compositivo, fuertemente influenciado por el Romanticismo, pero ya poseedor de una seña de identidad propia de la que destacamos la capacidad que tiene de hacer músicas que parecen paisajes, que sumergen al oyente en un estado meditativo, como cuando uno se para a contemplar la línea del horizonte. Ese horizonte podemos escucharlo en la introducción lenta de esta pieza, en sus largas notas tenidas por la cuerda. Un paisaje al que, ya fuera del túnel, cada oyente puede dar forma en su imaginación.
Y concluye el concierto con la Serenata para cuerdas en do mayor de Tchaikovsky, obra que nos confirma, ya sin lugar a dudas, que nos hallamos fuera del túnel a luz de la vida y de la alegría.
Tchaikovsky compuso esta obra en 1880 desde una profunda motivación y cariño hacia ella, y la valoró mucho en su momento. Inspirada en el estilo de Mozart, de acuerdo al autor, podemos apreciar en ella los rasgos de una obra que busca, en efecto, la claridad melódica, la vitalidad rítmica y el alejamiento de las sombras que caracteriza buena parte de la obra del compositor austriaco.
El propio género de la serenata nos remite a las piezas orquestales de la segunda mitad del siglo XVIII, de menor envergadura que la sinfonía, dedicadas habitualmente a algún personaje de renombre e interpretadas muy a menudo en exteriores, en la caída de la tarde. (Recuerde el lector la famosa Serenata Nocturna de Mozart).
Su estructura se enmarca en cuatro movimientos. Destacamos: el Andante solemne que abre y cierra, a modo de pórtico, el primer movimiento, denominado “sonatina” por Tchaikovsky y protagonizado por un tema que fluye métricamente como el vals, y otro scherzante, con unas características notas repetidas; la actualización del tempo de danza que Tchaikovksy hace, convirtiendo lo que sería el minueto en tiempos de Mozart, en un elegante vals, ubicado en el segundo movimiento; o el aire elegíaco del tercer movimiento, único atisbo de sombras la obra, que se complementa con un delicado pasaje acompañado por pizzicatti, y protagonizado por melodías de gran expresividad en los violonchelos.
Termina la obra con un finale en el que salen a flote las melodías populares rusas, el trepak, su danza vigorosa binaria, y la energía exultante con la que el compositor culmina sus obras más optimistas.
La gestualidad de la obra remite al ballet. Tchaikovsky fue uno de los compositores para ballet que mejor supo adaptar el gesto musical al gesto expresivo del cuerpo, y eso lo traslada a la música sinfónica. Podemos imaginar cuerpos en movimiento, e irnos así, bailando, celebrando el triunfo de la luz sobre las sombras.
Jorge García Cuenllas
director
Flautista de formación con experiencia en diversas agrupaciones de la Comunidad de Madrid y profesor en la escuela municipal de música de Rivas Vaciamadrid. Como intérprete ha realizado conciertos por diversos puntos de la geografía española, así como en Holanda, Austria, Francia y Alemania.
La búsqueda de una mayor comprensión de la música y de mejorar sus posibilidades expresivas le llevan a iniciarse en el mundo de la dirección. Entre 2016 y 2019 se forma en la academia de formación Opus 23 con los maestros Miguel Romea y Andrés Salado. Se pone al frente de agrupaciones de todo tipo y repertorios desde el barroco a la música más actual, explorando exhaustivamente las posibilidades de cada formación y la profunda comprensión de la esencia de cada partitura. En la actualidad continua su formación bajo la tutela individual del maestro Romea, en el afán de seguir mejorando la comunicación a través del gesto de lo que nos dejaron plasmado los compositores. Complementa sus estudios con el maestro José R. Pascual Vilaplana.
En 2018 debuta con la Orquesta Sinfónica Ciudad de Getafe (Madrid) en un programa de bandas sonoras. En abril de 2019 dirige La Historia de un Soldado de Igor Stravinsky en una propuesta escénica junto con la directora artística Vanessa Martínez. En octubre de 2019 dirige una gala de Ópera y Zarzuela con la Orquesta Sinfónica Ciudad de Getafe y el tenor Julio Morales. En noviembre de 2019 es invitado a dirigir el ensemble de metales de la Banda de Música de Getafe (Madrid) en el acto de presentación de su temporada.
En febrero de 2020 fue director invitado en la banda de la Asociación Musical Villa de Magán (Toledo), asumiendo su dirección titular a partir de la temporada 20/21. En la actualidad ha ejercido puntualmente como director asistente en la Banda de Música de Getafe y es principal director invitado de la Orquesta Sinfónica Ciudad de Getafe.
OSCG
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Patricia Sánchez
Pablo Castellanos
Jordi Hidalgo
Victoria Garrido
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Violín II
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Contrabajos
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